Mi mano tiembla mientras escribo estas palabras, mi mente y mi cuerpo se niegan a aceptar lo que acabo de vivir. Toda una vida de experiencias sexuales no me había preparado para esto, y es que nada, nada habría podido predecir, ni siquiera hacerme intuir lo que sucedería esta noche en la que atravesé todas las barreras y dejé atrás todos los tabúes. Fue intenso, más que intenso, fue feroz, arrasador, casi brutal. Hermoso. Distinto. Y no es que no haya tenido noches, siendo como soy una soltera de 25 años con un estudio de doctorado recién terminado en la populosa y libre ciudad de Nueva York. ¿Importa eso acaso? Importa, si habéis decidido creerme, si estáis convencidas de querer escuchar mis confidencias.
¿Y
bien? ¿Queréis o no penetrar en mis secretos? ¿Estáis sentadas al borde de las
sillas? Pues repantigaos, nada de lo anterior es verdad, sólo ha servido para
demostraros que la mera mención al sexo desenfrenado y “prohibido” atrae,
vende, actúa como un imán. Big deal,
ya lo sabíais, y si no, allí está como prueba el tremendo éxito de las 50
Sombras, la trilogía Crossfire y hasta el “Pídeme lo que quieras” de Megan
Maxwell, por citar sólo tres de los bestsellers del último año.
Leer
romance sin sexo es aburrido, un anacronismo, y aún el sexo tiene que ser picante,
de alto voltaje, no sólo explícito sino también transgresor. O al menos eso
dicen las editoriales (y las lectoras parecen darles la razón). ¿Por qué? ¿Lo
habéis pensado? Pues yo sí y no tengo una única respuesta, no imaginaréis que
soy alguna clase de socióloga o psiquiatra, pero podemos comenzar a esbozar
entre vosotras, las lectoras, y nosotras, las escritoras, alguna clase de contestación.
El
sexo despierta los sentidos y la sensibilidad, le agrega unos grados a las
emociones, duplica la apuesta sentimental, provoca: interés, tensión, necesidad
de aliviar ese fuego. Es parte innegable de cualquier relación romántica, la
sal de la vida. ¿O no habéis deseado que “Orgullo y Prejuicio” contuviera al
menos un beso?
Si
el sexo, simple, caliente, pegajoso y tradicional, tiene calor suficiente como
para que quememos un libro al leerlo, ¿por qué entonces esa necesidad de pasar
a las prácticas sexuales alternativas, como las orgías, el dogging, el sado y demás, que adornan las novelas más exitosas de hoy
en día? Tal vez el sexo, como recurso de la trama, ya está algo trillado y las
lectoras buscan algo extra. Tal vez haya más de un poco de responsabilidad de
las escritoras, que hemos abusado del sexo (jajaja, ¡ya quisiera yo!), ejem, me
refiero a abusar dentro de una historia. Esto ocurre cuando la trama se acomoda
en torno a las escenas eróticas y no al revés. El sexo se convierte en el “fin”
de la historia y no en un medio. Tal vez la repetición de las mismas muletillas
(“su miembro duro como una roca”, ya os hacéis a la idea) han cansado a las
lectoras, que buscan algo más fresco y desestructurado.
O
tal vez la apertura sexual que vivimos lleva a las mujeres a explorar nuevos
rumbos, aunque sea en el mundo imaginario de las novelas. Entre las páginas se
observa un exhibicionismo de taquicardia, sólo comparable al interés voyeurístico (si se me permite la palabra) del lector. Da
morbo espiar, de la mano del escritor, esas prácticas sexuales que no haríamos
(o tal vez sí).
Pero, ¿es sólo eso? ¿Es válido decir que millones de mujeres se
han reencontrado con la lectura de la mano del morbo y el voyeurismo?
No,
seguramente no es sólo eso. Ya os estoy escuchando decir que detrás de las 50
sombras y sus sucedáneos hay una historia de amor. Me gustaría pues, analizar
con vosotras esa historia.
Ya
sabéis, el joven y apuesto ultra billonario que seduce a la pobrecita secretaria
(“Pídeme lo que quieras”), empleada junior (trilogía Crossfire) o estudiantilla
(“50 sombras”, “El infierno de Gabriel”). O sea, la historia de Cenicienta, tan
vieja como la humanidad, una relación de poder donde la supremacía de él no es
ya sólo económica y social (como lo era en la propia Cenicienta, así como en “Jane
Eyre”, “Orgullo y Prejuicio” y tantos otros clásicos y no clásicos), sino que
pasa a cubrir otros aspectos.
Toda
relación es un intercambio y en el esquema romántico tradicional, el trueque
consistía en poder y dinero a cambio de belleza y seducción. ¡Vaya si se
construyeron historias así (y casamientos reales, jajaja)! Ahora los términos
de la ecuación se muestran alterados y lo que seduce en la lectura es:
Dominación económica + Dominación social + Dominación laboral + Dominación psicológica + Dominación física + Belleza varonil que raja la tierra = Chica regularmente agraciada, aparentemente rebelde pero profundamente sumisa.
Dominación económica + Dominación social + Dominación laboral + Dominación psicológica + Dominación física + Belleza varonil que raja la tierra = Chica regularmente agraciada, aparentemente rebelde pero profundamente sumisa.
Dominación
y sumisión, en todos los aspectos de la vida, no sólo BDSM. Ahora, ¿queréis
decirme por qué, en pleno siglo XXI, las mujeres leen y suspiran por una
relación más desigual que las que vivieron incluso mis abuelas? Es más que el
amor, más que el morbo y el voyeurismo, más que la búsqueda del “macho alfa”
que antropólogos y genetistas dicen que estamos preparadas “de fábrica” para
buscar. Es un regreso a la época de las cavernas. Las lectoras comentan:
“¿Dónde está el Eric Zimmermann de mi vida?” “¡Quisiera encontrar a mi
Christian Grey!” ¿De veras hay alguien ahí afuera que desearía casarse con Eric
Zimmermann o Christian Grey? ¿En serio? No me refiero sólo a las prácticas
sexuales de estos protas, sino a la clase de relación que los libros nos
proponen.
Volvamos
al principio. Si soy una soltera de 25 años en la populosa y libre ciudad de
Nueva York, ¿por qué pensaría que la relación ideal es aquélla en la que me
sienta manipulada desde lo psicológico y lo afectivo, maltratada (golpeada,
compartida) en el plano físico, apabullada en lo económico y social, acosada en
lo laboral?
Vosotras tenéis la palabra.
Irene de Westminster es autora de “1 Plan para Amarte” (gratuita en https://www.smashwords.com/books/view/290969), un regency histórico con (¿por qué no?) algunos de los elementos recién analizados, elementos que se revertirán en el segundo libro de la historia (antes de que empecéis a criticar, jejeje). Su blog: http://irenedewestminster.wordpress.com/
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