lunes, 5 de abril de 2010

Vivir para escribir y vivir de escribir novela romántica

La experiencia que me abrió los ojos al aspecto profesional del mundillo de las escritoras de novela romántica no fue ni glamorosa ni chic, pero sí muy aleccionadora.

Estaba recién llegada a los Estados Unidos, y un poco para integrarme a la comunidad y otro poco obligada por mi amiga Alanna, me inscribí en un curso universitario de análisis narrativo. Lograr que yo volviera a pisar una universidad no había sido una tarea sencilla para mi amiga. Mi aversión hacia lo académico se fundaba en el desprecio que existía en las universidades de mi país por los géneros literarios populares y, en particular, por la novela romántica.

Un día, poco después de haber comenzado las clases, el profesor nos entregó una planilla a cada uno donde podíamos sugerir qué autores reconocidos nos interesaría que vinieran a dar una clase especial al cabo del semestre. De allí surgiría una lista de candidatos, y de acuerdo con esa lista, debíamos hacer una votación final.

Al concluir la clase, el profesor recogió las planillas y las guardó en su cartera. La semana siguiente, nada más llegar escribió en la pizarra los nombres de diez escritores de la lista que debían ser reemplazados por otros. Luego, como si tal cosa, volvió a repartir planillas en blanco para que hiciéramos las nuevas sugerencias. De los diez nombres rechazados, nueve pertenecían a autoras de novela romántica.

Mis temores, a fin de cuentas, se hacían realidad. Como siempre, el profesor tendría la última palabra acerca de qué es y qué no es una verdadera novela, y buscaría imponer su idea a toda costa. Seguramente nos diría que perdíamos el tiempo leyendo libros sin ningún valor literario. Que no fuésemos ingenuos y no nos dejásemos engañar. De inmediato busqué algún tipo de reacción en el resto de la clase, pero la actitud del profesor no había levantado una sola protesta.

Lo más extraño de todo era que incluso mi amiga Alanna se mostraba conforme. Cuando le pregunté si estaba de acuerdo con que el profesor pretendiera decidir por la clase, me miró sin comprender; sencillamente dijo que él disponía de mayor información para juzgar a los candidatos. Entonces mi paciencia se agotó. Hice trizas mi planilla (procurando que el papel hiciera bastante ruido) y enfrenté al profesor para exigirle explicaciones.

Ignorando mi furia, él me las proporcionó con toda amabilidad. Los diez autores en cuestión, al igual que los demás, habían sido contactados a través de sus agentes de prensa. La diferencia estaba en que estos diez agentes habían confirmado lanzamientos editoriales de nuevos libros de sus respectivos autores, programados todos dentro del mes en que se realizaría la clase especial. Esto no significaba necesariamente que declinarían la invitación, pero la universidad ya tenía suficiente experiencia al respecto. Si querían ahorrarse dolores de cabeza, era preferible resignar la presencia de un autor, por muy solicitado que fuera, a quedar atascado en el infierno de las agencias de prensa, que nunca decían que no a una invitación, pero tampoco acababan de decir que sí.

Finalmente, lo que sucedía en relación con las autoras de novela romántica era que, debido a su ritmo de publicaciones, solían estar comprometidas en lanzamientos y giras de promoción de sus libros con mucha más frecuencia que los autores de otros géneros. Cuestiones puramente prácticas que una universidad estaba obligada a resolver a diario.

De modo que eso era todo. Me sentí ridícula. De inmediato intenté explicarle el verdadero motivo de mi suspicacia. Quería que él supiera que en mi país estas autoras solían ser despreciadas por los “entendidos”, muchas veces sin leer siquiera uno de sus libros, condenadas de antemano solo por dedicarse a contar historias de amor; que existían prejuicios, incluso por parte de editores y libreros, que asociaban de forma automática la totalidad de un género con la mala calidad literaria; y que una, como lectora, acababa tan cansada de que no la tomaran en serio que, en ciertas ocasiones, se veía obligada a mentir acerca de sus lecturas solo para evitar la burla…

Todo eso intenté decirle, un poco a modo de desahogo, pero me hice un lío con las palabras, luchando (en vano) por contener las lágrimas, mientras el profesor me calmaba con una ancha sonrisa comprensiva. Pese a mi vergüenza, y una vez más con la ayuda de mi amiga Alanna, logré reunir el valor para regresar a la clase siguiente.

No me arrepiento. El curso ha sido una fuente de nuevos amigos y de valioso aprendizaje. Y muchas de las técnicas que hoy aplico en mi trabajo las he aprendido de aquel primer profesor.

Ese verano la autora que resultó elegida fue Lisa Kleypas, quien dio una clase magistral para nosotros. Tuvimos la oportunidad de conocer a una mujer llena de vitalidad, tan curiosa acerca de nuestras vidas de simples estudiantes como nosotros acerca de su vida de escritora profesional. Luego comencé a frecuentar convenciones de la RWA, donde pude comprobar el apoyo editorial que reciben las autoras a todo nivel. Y a medida que hablaba con aspirantes a escritoras me daba cuenta del alto grado de reconocimiento y profesionalismo al que una autora de novela romántica puede aspirar en aquel país.

Mientras tanto, muy lejos de allí…

A partir de 2006 comenzaron a llegarme noticias de que el género romántico resurgía con nuevo brío en España y Latinoamérica. En ese entonces ya no me deslumbraba el desarrollo del género en Estados Unidos, sino que me extrañaba que no hubiera un desarrollo similar en nuestros países.

Solo al regresar a mi país, pude calibrar la verdadera magnitud de los cambios en el panorama de la novela romántica. Un solo ejemplo basta para graficar estos cambios. El hecho de que este año uno de los diarios más grandes y tradicionales de Argentina haya dedicado su colección de libros de verano a las novelas de Florencia Bonelli, habría sido algo descabellado —incluso para sus lectoras— apenas cuatro años atrás.

En aquel entonces, una autora novel en busca de una oportunidad de publicar debía optar entre la autoedición en papel o escribir directamente en inglés. Muchas autoras de ascendencia española y latinoamericana que he conocido en EE.UU. deseaban escribir en castellano por amor al idioma de sus padres y para ampliar su público. Irónicamente, el único medio de ingresar en el mercado hispanohablante era mediante traducciones del inglés.

En comparación con aquella situación, las posibilidades que hoy ofrece la novela romántica en nuestro idioma son muy auspiciosas: concursos literarios, atención por parte de agentes, editores que comienzan a tomarse las cosas en serio. Por supuesto, un movimiento de este tipo nunca sucede por generación espontánea.

Gracias a las lectoras de romántica que se volcaron masivamente a la red, muchas mujeres se han atrevido no solo a escribir sino también a mostrarlo públicamente. Siempre es saludable darse cuenta de que una no está sola, de que hay una comunidad interesada en descubrir nuevas voces. Florencia Bonelli, Nieves Hidalgo, Anna Casanovas, Gabriela Margall, Soledad Pereyra, Arlette Geneve, Blanca Miosi, Mar Carrión, Ángeles Ibirika, Gloria Casañas, Claudia Velasco, Rebeca Rus son solo algunos de los nombres que solemos encontrar, cada vez más a menudo, durante nuestras odiseas por cualquier librería.

Confieso que debo ponerme al día con muchas de ellas. Sin embargo puedo reconocer en estas mujeres voces potentes y originales. Y verdadero amor por el oficio de escribir novelas en nuestro idioma. Su presencia editorial es prueba de que, hoy como nunca, el éxito debe ir de la mano de la calidad. Talento no falta. Basta con surfear la blogósfera romántica para darse cuenta de ello.

¿Qué es, entonces, lo que necesita una escritora desconocida para llegar a las grandes editoriales? Pulir su talento natural. Prepararse como una profesional para entrar a jugar en las grandes ligas. Si escribir es tu vocación y sabes que nada te haría más feliz que dedicarte a ello a tiempo completo, ¿por qué no intentar convertirlo en una carrera profesional? ¿Por qué conformarse con menos?

Es verdad que aún no disponemos de un Romance Writers of America, ni el Rita ni el Golden Heart. Y aún son pocas las autoras que viven de escribir novela romántica en español. Pero también es un hecho que el mercado editorial necesita nuevas escritoras. Y en la medida en que estas escritoras se profesionalicen, el mercado se irá fijando en ellas.

No hay duda de que el horizonte se ha ensanchado. Quien hoy se atreva a la aventura de escribir, podrá ir tan lejos como se lo proponga. Las puertas ya están abiertas. Dar el paso siguiente solo depende de nosotras.

Recursos:

Entrevista a Florencia Bonelli  

Entrevista a Soledad Pereyra  

Entrevista a Nieves Hidalgo