Le llevó días ajustar el programa de su nuevo modelo “Amatorio 4mil”. Tenía que reconocer que parecía más vivo que el anterior, le colocó el mismo chip para que se comportara igual. Un ajuste más y quedaría tal cual quería. Cuando terminó, encendió el interruptor. Se oyó el sonido de rebobinado en su interior, ella abrió los ojos y parpadeó. Él sonrió al tiempo que deslizaba con delicadeza sus dedos sobre los firmes senos desnudos de la humanoide.

—Al fin regresaste, nena. Te extrañé —susurró, con la voz cargada de emoción.

Una luz centelleó en el fondo de los ojos grises de la bella mujer y al instante una sonrisa se dibujó en su cara.

—Y yo a ti, amor —le respondió con sensual voz.

Hicieron el amor. Los ajustes dieron resultados: a pesar del cambio de modelo por fallas técnicas, ella continuaba siendo la mujer que amaba.

Una pradera iluminada, cubría una gran extensión de terreno. Perséfone reía, cantaba, jugaba alegre sin preocupación, una dicha la llenaba, la diversión podría durar horas e incluso días. De repente, una ráfaga fría la cubrió paralizándola. Intento pedir ayuda, pero no podía gritar o articular palabra, las ninfas se detuvieron de sus juegos, no comprendían lo que sucedía.

Una fuerza poderosa la arrastró hacia abajo, descendiendo más y más a los confines del inframundo. Su nuevo hogar, donde el sol no brillaba, los pájaros no cantan, las flores no desprenden su agradable olor; ahora era frío y oscuro. Sus labios se congelaron al entrar  en contacto con los del Dios de las Tinieblas, quien envolvió sus helados y fuertes brazos en torno a ella, Perséfone pertenecería en cuerpo y alma a él.

—Perséfone, ahora eres mía. Acepta este amor nacido en las tinieblas de mi corazón. No puedes volver atrás. —Hades le susurró, mientras sus dedos acariciaban su piel tibia.

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